No hay ninguna evidencia médica ni científica que justifique el tratamiento de la obesidad con fórmulas magistrales.
Los tratamientos contra la obesidad que prometen perder kilos de manera rápida y sin esfuerzo son peor que un fraude.
Como todos los años, millones de españoles inician después de las pantagruélicas navidades y antes del verano algún tratamiento adelgazante para lucir el palmito en playas y piscinas. La mayoría son reincidentes recalcitrantes que fallarán otra vez en el intento. “A pesar de que el 85 por 100 de la población es consciente de que el exceso de peso constituye un serio problema de salud, lo cierto es que se percibe más como una cuestión estética y social que como una enfermedad o un factor de riesgo común a muchas enfermedades crónicas, como la diabetes y la hipertensión”, asegura el doctor Juan Soler, presidente de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). Los cánones de belleza imponen la delgadez como premisa del éxito social, profesional y amoroso: el 83 por 100 de los españoles da una notable importancia a la apariencia física y piensa que se discrimina a la gente con kilos de más, según una encuesta publicada el pasado mes de abril por la compañía de servicios móviles interactivos Buongiorno Vitaminic.
Con estas premisas vacuas, el abordaje médico del sobrepeso y de la obesidad se enfrenta a una actitud social basada en el culto a la imagen, y motivada por criterios meramente estéticos. Esto explica en gran medida por qué sólo una de cada 5 personas acudiría al médico para bajar peso, según un informe realizado por la SEEN y la Sociedad para el Estudio de la Obesidad (SEEDO); y por qué la inmensa mayoría de las personas quiere adelgazar mucho y rápidamente sin importarle el coste, la eficacia real del método utilizado y los peligros que éste conlleve para la salud. Es una cuestión de promesas. En su honestidad profesional, el médico no ofrece el éxito en la terapia adelgazante. La obesidad, al tratarse de una enfermedad compleja propiciada por la interacción de numerosos factores ambientales y genéticos, no puede ser atajada con una única solución o una píldora que la cure. Hoy, los progresos que se consiguen con los tratamientos adelgazantes basados en la evidencia científica son lentos, no muy prometedores desde la perspectiva del paciente y difíciles de mantener a medio y largo plazo.
60 euros al mes para hacer realidad un anhelo
Por el contrario, los productos milagro ofertan una maravillosa pérdida de kilos en pocos días y sin el menor esfuerzo. Indudablemente, la ignorancia y la falta de estímulo de unos y la habilidad comercial de otros han hecho de la obesidad y en general del sobrepeso un pingüe negocio. “Calculamos que el 80 por 100 de los españoles que quiere adelgazar se gasta una media de 60 euros mensuales en los tratamientos más peregrinos”, dice el doctor Basilio Moreno, presidente de la SEEDO. Los especialistas se han desgastado las cuerdas vocales advirtiéndonos de que la pérdida de peso debe ser moderada y progresiva, buscando una disminución de la masa grasa, y que, cuando no ocurre así, se produce una eliminación de agua o de masa magra del cuerpo que se recupera con extrema facilidad. Pero es como si predicaran en el desierto, si tenemos presente que en España destinamos 2.050 millones de euros al año para mantener o recuperar la línea con remedios a veces poco ortodoxos, según el estudio prospectivo Delphi. En el caso de las dietas, la alimentación equilibrada y diseñada por un nutrólogo aparece desplazada por el régimen de la vecina o el que se pone de moda en las revistas femeninas, que si hacen adelgazar es a costa de la salud. Otro tanto ocurre con los llamados productos milagro. Desde los medios de comunicación se bombardea al consumidor con preparados de herboristería, complementos nutricionales, fórmulas magistrales –las populares cápsulas adelgazantes– y otros tratamientos comekilos, incluidos los homeopáticos, que carecen de aval científico e incluso que incumplen la ley. Por ejemplo, éste es el caso del recientemente retirado por Sanidad Removyl, un supuesto antiobesidad elaborado con 13 aceites que se vendía por correo ordinario o electrónico, teléfono e internet. ¿Pero cuál es la realidad de los tratamientos farmacológicos de la obesidad? ¿Qué eficacia real tienen los anunciados productos milagro? ¿Son del todo inocuos?
Un informe pone en solfa las curas milagrosas
Un exhaustivo informe publicado recientemente en la revista Medicina Clínica por la doctora Noemí de Villar y otros miembros del Grupo de Obesidad de la SEEN pone los puntos sobre las íes de los productos disponibles a la venta con fines adelgazantes, el estado de la legislación y la evidencia científica que existe al respecto. Como puede leerse en el artículo, los médicos cuentan a fecha de hoy con sólo dos medicamentos específicos para el tratamiento de la obesidad: el orlistat (Xenical) y la sibutramina (Reductil). El primero es un inhibidor de la lipasa pancreática, una enzima que participa en la digestión de las grasas dividiendo los triglicéridos de los alimentos y reduciéndolos así a una mezcla de ácidos grasos libres y monoglicéridos. Todos éstos se unen a las sales biliares para cruzar la pared intestinal y pasar al organismo.
La sibutramina actúa sobre los centros del apetito
Varios estudios apuntan que el orlistat reduce la absorción de grasa hasta un 30 por 100, aunque ha de ser administrado con precaución por sus efectos secundarios, como son diarrea, incontinencia fecal y dolor intestinal. Por su parte, la sibutramina tiene su plaza de operaciones en el cerebro, concretamente en el centro del apetito, que regula las sensaciones de hambre y saciedad. A nivel bioquímico, este adelgazante inhibe la recaptación a nivel de la sinapsis –el espacio que separa dos neuronas– de los neurotransmisores serotonina y noradrenalina. Su administración consigue pérdidas moderadas de peso y mejora de las enfermedades asociadas a la obesidad, pero también presenta contraindicaciones debido a su acción adrenérgica, que se traduce en taquicardias y aumento del pulso y de la tensión arterial. Este escueto listado de fármacos contra la gordura podría verse ampliado en pocos años, pues existen algunas moléculas muy atractivas en fase de investigación. En este sentido cabe mencionar los agonistas beta-3 adrenérgicos, que estimulan la llamada proteína desacoplante o termoginina para que literalmente despilfarre parte de la energía corporal; y el oleato de estrona, molécula producida por el adipocito –la célula grasa– que invita al hipotálamo para que aplaque el apetito sin interrumpir la quema de calorías. Otro producto del adipocito que también opera a nivel hipotalámico es la leptina. Esta hormona sintetizada por el gen ob disminuye la ingesta y el depósito de grasas al actuar sobre dos tipos de neuronas: por un lado, suprime la actividad neuronal del neuropéptido Y (NPY), y por otro mejora la acción de las neuronas conocidas como proopiomelanocortinas (POMC). De modo inverso, la ausencia de leptina aumenta el apetito y el depósito de grasas gracias a la excitación de las neuronas NPY y la inhibición de las POMC.
Una fórmula magistral que resulta fraudulenta
El pasado mes de abril, el descubridor de la leptina, Jeffrey M. Friedman, del Instituto Médico Howard Hughes, en EE UU, anunció en la revista Science que esta hormona induce una reorganización de los patrones de conexiones nerviosas en áreas del cerebro que regulan la conducta alimenticia, al menos en ratones obesos obtenidos por ingeniería genética. A la luz de los resultados, Friedman también sugiere que en nuestros cerebros existe una variabilidad natural de patrones cerebrales relacionados con el comportamiento dietético que podría influir sobremanera en que una persona sea obesa o delgada. Aparte del orlistat y el reductil, los médicos emplean de forma temporal otros fármacos como adyuvantes o complementos de los regímenes adelgazantes. Hablamos del galato de epigalocatecol, los diuréticos, los laxantes, las biguanidas y los medicamentos termogénicos, como la efedrina, la cafeína y los β-agonistas. Estos fármacos, además, suelen formar parte de las fórmulas magistrales conocidas como cápsulas adelgazantes que, junto a diversos compuestos capaces de producir efectos anorexígenos, saciantes, laxantes, diurético y tranquilizantes , facilitan a priori la pérdida de peso. Hay que advertir que estos cócteles que combinan diferentes principios activos están prohibidos desde 1997 y sólo se comercializan de forma fraudulenta. Ahora bien, la utilización de otras fórmulas magistrales, productos de homeopatía y complementos nutricionales –suero láctico, chitosán, vinagre de manzana– bajo la apariencia de productos milagro antiobesidad no está penada en España ni en el resto de Europa. “Únicamente puede denunciarse en el caso de que el adelgazante incumpla la legislación o –y esto es lo importante– si se demuestra que tiene una acción lesiva o tóxica en personas que los hayan usado en la posología que indica el envase”, advierte el doctor Soler. Por otro lado, salvo los medicamentos administrados con receta, caso de los fármacos y de algunos preparados de plantas medicinales para prevenir o curar la obesidad, casi la totalidad de los productos adelgazantes son registrados y comercializados sin necesidad de que aporten datos científicos y ensayos clínicos que corroboren su bondad terapéutica. Éste es el caso de los productos de parafarmacia, que engloban los sustitutivos alimenticios en dietas hipocalóricas; de las denominadas especialidades farmacéuticas publicitarias (EFP), cuyos ingredientes antiobesidad se consideran útiles o inocuos para la salud, y de muchos preparados de origen vegetal. Otros grupos de sustancias que carecen de registro propio, como ocurre con ciertas cápsulas contra los kilos de más, rayan la publicidad engañosa para no caer en la ilegalidad. Al no poder indicar en el envase “sirve para el tratamiento de la obesidad”, incluyen la expresión “complementario o coadyuvante en dietas de adelgazamiento”, según el citado estudio efectuado por el Grupo de Obesidad. Éste también pone en evidencia las plantas medicinales –con excepción de los medicamentos de plantas medicinales con indicación terapéutica autorizados y supervisados por la Agencia del Medicamento– que se venden como adelgazantes en farmacias, herboristerías y grandes superficies. Ninguno de los productos de fitoterapia ofertados para perder peso tienen tal virtud, pues su verdadera indicación terapéutica es otra y, además, no son tan inofensivos como se anuncian en el prospecto (ver recuadro en pág. 50).
Más de 70 tratamientos que no rebajan los kilos
Tras analizar más de 70 nombres comerciales de productos conocidos para combatir el sobrepeso, que en su conjunto incluye medio centenar de principios activos, ninguno de ellos puede argumentar su eficacia –y seguridad para la salud– con datos científicos o ensayos clínicos mínimamente contrastados. Así de claro.
Fuente: http://www.muyinteresante.es/index.php/todas-reportajes/56/1245-verdades-y-mentiras-de-los-adelgazantes
Los tratamientos contra la obesidad que prometen perder kilos de manera rápida y sin esfuerzo son peor que un fraude.
Como todos los años, millones de españoles inician después de las pantagruélicas navidades y antes del verano algún tratamiento adelgazante para lucir el palmito en playas y piscinas. La mayoría son reincidentes recalcitrantes que fallarán otra vez en el intento. “A pesar de que el 85 por 100 de la población es consciente de que el exceso de peso constituye un serio problema de salud, lo cierto es que se percibe más como una cuestión estética y social que como una enfermedad o un factor de riesgo común a muchas enfermedades crónicas, como la diabetes y la hipertensión”, asegura el doctor Juan Soler, presidente de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). Los cánones de belleza imponen la delgadez como premisa del éxito social, profesional y amoroso: el 83 por 100 de los españoles da una notable importancia a la apariencia física y piensa que se discrimina a la gente con kilos de más, según una encuesta publicada el pasado mes de abril por la compañía de servicios móviles interactivos Buongiorno Vitaminic.
Con estas premisas vacuas, el abordaje médico del sobrepeso y de la obesidad se enfrenta a una actitud social basada en el culto a la imagen, y motivada por criterios meramente estéticos. Esto explica en gran medida por qué sólo una de cada 5 personas acudiría al médico para bajar peso, según un informe realizado por la SEEN y la Sociedad para el Estudio de la Obesidad (SEEDO); y por qué la inmensa mayoría de las personas quiere adelgazar mucho y rápidamente sin importarle el coste, la eficacia real del método utilizado y los peligros que éste conlleve para la salud. Es una cuestión de promesas. En su honestidad profesional, el médico no ofrece el éxito en la terapia adelgazante. La obesidad, al tratarse de una enfermedad compleja propiciada por la interacción de numerosos factores ambientales y genéticos, no puede ser atajada con una única solución o una píldora que la cure. Hoy, los progresos que se consiguen con los tratamientos adelgazantes basados en la evidencia científica son lentos, no muy prometedores desde la perspectiva del paciente y difíciles de mantener a medio y largo plazo.
60 euros al mes para hacer realidad un anhelo
Por el contrario, los productos milagro ofertan una maravillosa pérdida de kilos en pocos días y sin el menor esfuerzo. Indudablemente, la ignorancia y la falta de estímulo de unos y la habilidad comercial de otros han hecho de la obesidad y en general del sobrepeso un pingüe negocio. “Calculamos que el 80 por 100 de los españoles que quiere adelgazar se gasta una media de 60 euros mensuales en los tratamientos más peregrinos”, dice el doctor Basilio Moreno, presidente de la SEEDO. Los especialistas se han desgastado las cuerdas vocales advirtiéndonos de que la pérdida de peso debe ser moderada y progresiva, buscando una disminución de la masa grasa, y que, cuando no ocurre así, se produce una eliminación de agua o de masa magra del cuerpo que se recupera con extrema facilidad. Pero es como si predicaran en el desierto, si tenemos presente que en España destinamos 2.050 millones de euros al año para mantener o recuperar la línea con remedios a veces poco ortodoxos, según el estudio prospectivo Delphi. En el caso de las dietas, la alimentación equilibrada y diseñada por un nutrólogo aparece desplazada por el régimen de la vecina o el que se pone de moda en las revistas femeninas, que si hacen adelgazar es a costa de la salud. Otro tanto ocurre con los llamados productos milagro. Desde los medios de comunicación se bombardea al consumidor con preparados de herboristería, complementos nutricionales, fórmulas magistrales –las populares cápsulas adelgazantes– y otros tratamientos comekilos, incluidos los homeopáticos, que carecen de aval científico e incluso que incumplen la ley. Por ejemplo, éste es el caso del recientemente retirado por Sanidad Removyl, un supuesto antiobesidad elaborado con 13 aceites que se vendía por correo ordinario o electrónico, teléfono e internet. ¿Pero cuál es la realidad de los tratamientos farmacológicos de la obesidad? ¿Qué eficacia real tienen los anunciados productos milagro? ¿Son del todo inocuos?
Un informe pone en solfa las curas milagrosas
Un exhaustivo informe publicado recientemente en la revista Medicina Clínica por la doctora Noemí de Villar y otros miembros del Grupo de Obesidad de la SEEN pone los puntos sobre las íes de los productos disponibles a la venta con fines adelgazantes, el estado de la legislación y la evidencia científica que existe al respecto. Como puede leerse en el artículo, los médicos cuentan a fecha de hoy con sólo dos medicamentos específicos para el tratamiento de la obesidad: el orlistat (Xenical) y la sibutramina (Reductil). El primero es un inhibidor de la lipasa pancreática, una enzima que participa en la digestión de las grasas dividiendo los triglicéridos de los alimentos y reduciéndolos así a una mezcla de ácidos grasos libres y monoglicéridos. Todos éstos se unen a las sales biliares para cruzar la pared intestinal y pasar al organismo.
La sibutramina actúa sobre los centros del apetito
Varios estudios apuntan que el orlistat reduce la absorción de grasa hasta un 30 por 100, aunque ha de ser administrado con precaución por sus efectos secundarios, como son diarrea, incontinencia fecal y dolor intestinal. Por su parte, la sibutramina tiene su plaza de operaciones en el cerebro, concretamente en el centro del apetito, que regula las sensaciones de hambre y saciedad. A nivel bioquímico, este adelgazante inhibe la recaptación a nivel de la sinapsis –el espacio que separa dos neuronas– de los neurotransmisores serotonina y noradrenalina. Su administración consigue pérdidas moderadas de peso y mejora de las enfermedades asociadas a la obesidad, pero también presenta contraindicaciones debido a su acción adrenérgica, que se traduce en taquicardias y aumento del pulso y de la tensión arterial. Este escueto listado de fármacos contra la gordura podría verse ampliado en pocos años, pues existen algunas moléculas muy atractivas en fase de investigación. En este sentido cabe mencionar los agonistas beta-3 adrenérgicos, que estimulan la llamada proteína desacoplante o termoginina para que literalmente despilfarre parte de la energía corporal; y el oleato de estrona, molécula producida por el adipocito –la célula grasa– que invita al hipotálamo para que aplaque el apetito sin interrumpir la quema de calorías. Otro producto del adipocito que también opera a nivel hipotalámico es la leptina. Esta hormona sintetizada por el gen ob disminuye la ingesta y el depósito de grasas al actuar sobre dos tipos de neuronas: por un lado, suprime la actividad neuronal del neuropéptido Y (NPY), y por otro mejora la acción de las neuronas conocidas como proopiomelanocortinas (POMC). De modo inverso, la ausencia de leptina aumenta el apetito y el depósito de grasas gracias a la excitación de las neuronas NPY y la inhibición de las POMC.
Una fórmula magistral que resulta fraudulenta
El pasado mes de abril, el descubridor de la leptina, Jeffrey M. Friedman, del Instituto Médico Howard Hughes, en EE UU, anunció en la revista Science que esta hormona induce una reorganización de los patrones de conexiones nerviosas en áreas del cerebro que regulan la conducta alimenticia, al menos en ratones obesos obtenidos por ingeniería genética. A la luz de los resultados, Friedman también sugiere que en nuestros cerebros existe una variabilidad natural de patrones cerebrales relacionados con el comportamiento dietético que podría influir sobremanera en que una persona sea obesa o delgada. Aparte del orlistat y el reductil, los médicos emplean de forma temporal otros fármacos como adyuvantes o complementos de los regímenes adelgazantes. Hablamos del galato de epigalocatecol, los diuréticos, los laxantes, las biguanidas y los medicamentos termogénicos, como la efedrina, la cafeína y los β-agonistas. Estos fármacos, además, suelen formar parte de las fórmulas magistrales conocidas como cápsulas adelgazantes que, junto a diversos compuestos capaces de producir efectos anorexígenos, saciantes, laxantes, diurético y tranquilizantes , facilitan a priori la pérdida de peso. Hay que advertir que estos cócteles que combinan diferentes principios activos están prohibidos desde 1997 y sólo se comercializan de forma fraudulenta. Ahora bien, la utilización de otras fórmulas magistrales, productos de homeopatía y complementos nutricionales –suero láctico, chitosán, vinagre de manzana– bajo la apariencia de productos milagro antiobesidad no está penada en España ni en el resto de Europa. “Únicamente puede denunciarse en el caso de que el adelgazante incumpla la legislación o –y esto es lo importante– si se demuestra que tiene una acción lesiva o tóxica en personas que los hayan usado en la posología que indica el envase”, advierte el doctor Soler. Por otro lado, salvo los medicamentos administrados con receta, caso de los fármacos y de algunos preparados de plantas medicinales para prevenir o curar la obesidad, casi la totalidad de los productos adelgazantes son registrados y comercializados sin necesidad de que aporten datos científicos y ensayos clínicos que corroboren su bondad terapéutica. Éste es el caso de los productos de parafarmacia, que engloban los sustitutivos alimenticios en dietas hipocalóricas; de las denominadas especialidades farmacéuticas publicitarias (EFP), cuyos ingredientes antiobesidad se consideran útiles o inocuos para la salud, y de muchos preparados de origen vegetal. Otros grupos de sustancias que carecen de registro propio, como ocurre con ciertas cápsulas contra los kilos de más, rayan la publicidad engañosa para no caer en la ilegalidad. Al no poder indicar en el envase “sirve para el tratamiento de la obesidad”, incluyen la expresión “complementario o coadyuvante en dietas de adelgazamiento”, según el citado estudio efectuado por el Grupo de Obesidad. Éste también pone en evidencia las plantas medicinales –con excepción de los medicamentos de plantas medicinales con indicación terapéutica autorizados y supervisados por la Agencia del Medicamento– que se venden como adelgazantes en farmacias, herboristerías y grandes superficies. Ninguno de los productos de fitoterapia ofertados para perder peso tienen tal virtud, pues su verdadera indicación terapéutica es otra y, además, no son tan inofensivos como se anuncian en el prospecto (ver recuadro en pág. 50).
Más de 70 tratamientos que no rebajan los kilos
Tras analizar más de 70 nombres comerciales de productos conocidos para combatir el sobrepeso, que en su conjunto incluye medio centenar de principios activos, ninguno de ellos puede argumentar su eficacia –y seguridad para la salud– con datos científicos o ensayos clínicos mínimamente contrastados. Así de claro.
Fuente: http://www.muyinteresante.es/index.php/todas-reportajes/56/1245-verdades-y-mentiras-de-los-adelgazantes
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